El amanecer me desmoronó entera.
Me despertó el ruido de mis ramas al caer.
Las mismas que tambaleaban mi existencia
a la par que dejaban secas mis raíces.
Desconozco la razón por la cual mis dedos
fueron convirtiéndose en astillas.
Armas letales y oscuras
que podrían violar la intimidad de tu pecho
y arrancarte el corazón,
de cuajo,
haciendo del mismo un fruto hermoso e irresistible
o simplemente una oportunidad para la tentación.
Quisiera saber por qué las hojas que me vestían
ahora forman parte de la delicada alfombra
que soy incapaz de pisar.
Y también se está secando.
Quisiera saber por qué las mariposas que me engalanaban yacen ahogadas en un suelo lejano que apenas alcanzo a ver,
haciendo un baile macabro y angustioso, con aire moribundo.
No llegó mi primavera.
Fue una falsa promesa.
Otra más.
Me consumí entre lluvia, desidia y ese gris que me invadió hace ya demasiado tiempo.
Incapacitada, no consigo oir los trinos de los pájaros,
ni las risas de los niños,
ni las pegajosas palabras almibaradas
del amor de hoja caduca
de los amantes a los que tanto di cobijo.
Os lo di todo.
Me estoy muriendo
aunque no resulta doloroso,
mas sí extraño y vertiginoso.
Me apergamino,
aunque por pasar,
no pasa ni el tiempo.
El cielo sigue denotando patetismo con alevosía
y yo juego a subir y bajar el telón de su eterno espectáculo
con un simple parpadeo, aunque a veces dure más de ocho horas .
Algo se ha detenido y no es ese puto reloj.
El corazón de repuesto ya no late, envenenado entre sangre y savia permanece ausente, oculto tras cortezas agrietadas, impertérritas y extremas, que sin duda me protegen.
Sólo viento
Sólo sol
Sólo lluvia
Y hormigas
Y los años por delante dándome solera con fecha de caducidad.
Soy el árbol.
Mírame, soy yo.
Soy sólo yo.
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