Tenía el alma sin abrigo y los andares desabrochados.
Fue consciente del cambio de año cuando se cambió las bragas,
rojas, como el rubor que de vez en cuando debería asomar en su rostro,
mas no emerge en esa zona. Ya no.
No supo sentarse sin dejar caer la cabeza entre sus piernas abiertas,
mostrando un dudoso furor y una guerra
entre sus tres pares de labios y un pitillo tintado de carmín
que se consumía en la suela de un zapato de tacón,
entre la aguja y el puñal.
Dudando entre comer, o comerse por dentro,
renunció a seguir enredando sus dedos
entre los caracoles anaranjados que adornaban su cabeza
y se tiró de los pelos.
Esperando un nefasto final,
llenó el vaso y volvió a ponerse de rodillas,
esta vez a urdir oraciones
que escandalizarían al editor de la parte trasera del diario
donde acaban de narrar su propio suicidio.
Yacía muerta la lacaya servil de una pasión inventada,
entre charcos de vino y una sola flor...de papel...
me gusta como escribes
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, eres muy amable. Un saludo ;-)
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