Temo ahogarme al morirme de hambre.
Temo soltar amarras,
vientos, huracanes , tempestades...
y dar rienda suelta a las ganas de gritar que llevo adentro
desde hace demasiada arena caída
en este puto reloj
(de cristal).
Encerradas,
cumpliendo condena.
Famélicas y encarceladas
en unas entrañas de ladrillo
húmedo,
musgoso
y manipulado.
En penitencia.
Con escasa esperanza.
He de ser transigente y dejarlas trepar
hasta esta garganta que tanto aprieta mis palabras,
he de dejarlas coronar la cima,
ver la luz
y que vuelen entre otros lamentos,
los que en su día fueron más rápidos
y que acaben bailando danzas ajenas
y desconocidas.
Silbando viento de tormentas
que ahora conozco bien.
Y esos jadeos que abrochan los momentos de placer.
Esos también.
El miedo nos come, nos paraliza,
nos nutrimos del miedo,
yo del mío y tú de los tuyos, y de los míos también
tu cara que es puro miedo...
y podría cenarla esta noche
relamiéndome,
relamiéndome,
pero no se asimila bien.
Cadena alimenticia viciosa que desprestigia mi raza
volviéndonos
casi
caníbales.
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