miércoles, 29 de febrero de 2012

ESPERANZA POSTMORTEM



Como no tenía otra cosa que hacer, se fumó un cigarro.
Quedó absorto mirando cómo se consumía, a la vez que su vida también se tornaba  gris ceniza y le daba tanta pena como asco y tosió todo su humo, poco a poco  y el viento se lo devolvió polvoriento, en la cara y como no tenía nada que hacer se lo volvió a tragar.
Masticó su rabia intensa y arrojó el cigarro a los pies de un niño.
Enfermo. Siniestro letal entre esputos y tormentos.

Como no tenía nada mejor que hacer y todo se tornó insoportable, echó a andar, y el camino se volvió torbellino crespo.
Mudó en cuerpo y cuero que no quería adivinar maneras, ni descubrir futuros. Anduvo días, mares, vidas y desencantos, convirtiéndose en un esperpento difícil de tratar.
Fracaso árido como un desierto de paja y nube.
Finito. Ansiedad extrema destinada al caos.

Como no tenía nada que hacer, decidió morirse. Inmóvil se vio tumbado en la nada de una gran ciudad, abandonado en una multitud que latía, que no se detenía.
Rióse de sí mismo, viendo su palidez alilada y su gesto retorcido. Sucio.
Estrépito y carcajadas. Delirios.
Desastre absoluto en la boca de las ratas, que se lo llevan... entonces pensó en hacer algo…

viernes, 3 de febrero de 2012

FRÍO

Las dudas campaban a sus anchas entre la nieve que ya era de piel 
y se hicieron abrigo donde albergar una oportunidad.

Tal vez la última.

Su boca exenta de risa, desabrochó la lengua que lamía tus malas intenciones. Y las escupió.

¿Cómo podré obviar las ganas, si laten como nunca  hicieron?

Un lamento es un lamento, siempre y cuando caiga al agua, con tal de pisarlo, desmembrarlo, despreciarlo, acabarlo...

No hay fe, pues es escueta la distancia de la cumbre al suelo y no te rompes.

Nunca te rompes.

Y en cada frío que me haces veo la cara:
la ciega, la sorda, la que nunca dice nada pero anda endemoniada. 
La blanco mate. La nívea.

Sólo en la cara que va por la vereda de un olvido prediseñado, 
asoma la expresión que quiero ver,
pues sus destellos se clavan como alfileres en todo  el manto lechoso que, retorciéndose, anhela un poco de luz que lo lícue por fin.

Alabastro y arena templada silban cuchillos al 
amanecer, en los campos donde las amapolas nunca fueron rojas.