Como no tenía otra cosa que hacer, se fumó un cigarro.
Quedó absorto mirando cómo se consumía, a la vez que su vida también se tornaba gris ceniza y le daba tanta pena como asco y tosió todo su humo, poco a poco y el viento se lo devolvió polvoriento, en la cara y como no tenía nada que hacer se lo volvió a tragar.
Masticó su rabia intensa y arrojó el cigarro a los pies de un niño.
Enfermo. Siniestro letal entre esputos y tormentos.
Como no tenía nada mejor que hacer y todo se tornó insoportable, echó a andar, y el camino se volvió torbellino crespo.
Mudó en cuerpo y cuero que no quería adivinar maneras, ni descubrir futuros. Anduvo días, mares, vidas y desencantos, convirtiéndose en un esperpento difícil de tratar.
Fracaso árido como un desierto de paja y nube.
Finito. Ansiedad extrema destinada al caos.
Como no tenía nada que hacer, decidió morirse. Inmóvil se vio tumbado en la nada de una gran ciudad, abandonado en una multitud que latía, que no se detenía.
Rióse de sí mismo, viendo su palidez alilada y su gesto retorcido. Sucio.
Estrépito y carcajadas. Delirios.
Desastre absoluto en la boca de las ratas, que se lo llevan... entonces pensó en hacer algo…
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