Y entonces, cogiste su alma,
su vida, su corazón,
todos sus suspiros,
y tus puños los aplastaron.
Bailaste sobre ella,
encima de ella,
ninguneaste a ninguna persona,
pues ya nada era,
y por última vez,
caminaste erguido
con el poco orgullo
que te pudiera quedar,
y acabaste haciendo trizas la nada.
Y entonces,
reiste, como un loco.
Y ella lloró.
Ahora,
ya no llora,
y tu sonrisa
se extinguió.
Ahora,
contemplando tu sórdida existencia,
la que ríe
es ella
(y soy yo).
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