cogió, con delicadeza,
la flor que había regado
durante tanto tiempo
con sus lágrimas,
y que con tanto mimo vio crecer.
Y al alcanzar su máximo esplendor,
la arrojó a un mar...
y embriagada aún con el recuerdo de su aroma,
contempló cómo flotaba.
Y aún la divisaba
victoriosa entre las olas,
que pretendían envolverla,
acabarla...
mas no se hundía...
Las flores no se hunden jamás...
Esa flor se convertirá en trashumante,
en mercader del aroma,
llevando toda su belleza,
y toda su esencia a otras costas,
que ahora,
de pronto,
se me antojan muy lejanas.
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