de mil kilómetros,
desplomando su torso enfermo sobre un cálido colchón,
donde habitaba un hueco informe, paquidermal,
de un alguien que, antes que él, lo acabó hasta morir.
Y se dejó.
Roció garganta, cara y cuello con alcohol,
y diluyó su mirada entre el humo,
y atravesó la línea delgada que le separaba del infierno.
Encontró paz acurrucado en su rincón,
observando males ajenos,
obviando los suyos,
dejando de existir mientras tomaba café,
convulsionó con carcajadas ahogadas,
se enlarvó
e hibernó noches a oscuras anhelando despertar en primavera.
Y en primavera voló, ciego y directo al sol,
aniquilando su mala estrella y triunfando en un cielo sordo,
mas despejado...
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