Verde era la colina,
donde, sin pensarlo demasiado,
vomité tu recuerdo,
mas no me abandonó.
Rojos eran los zapatos,
que arrastraban mi cuerpo amarillo y penitente,
mas no me llevaron a ningún lado.
que arrastraban mi cuerpo amarillo y penitente,
mas no me llevaron a ningún lado.
Gris, sólo gris y sucio
el suelo del tren que,
entre vaivenes y cimbreos de tono violeta,
me acunó en el arrullo
que quise durara siempre,
me acunó en el arrullo
que quise durara siempre,
mas no fue así.
Llegué a la ciudad.
No había color.