jueves, 16 de septiembre de 2010

PARANOIA

Andas a palpo por el mundo del ciego.

                   Sin bastón.

Ten cuidado con bordillos y puertas cerradas,
con escaleras y baches.
Con los desniveles ten,
                         cuidado.


Con los tacones de las putas y el acero de sus chulos.
Con los cuchillos que enseñan su panza con la idea de hacer daño,
ten mucho cuidado,
no te cortes,
             ten cuidado amor,
             ten mucho cuidado.

No me agrada el germinar de esta semilla negra,
de sangre coagulada,
demasiada postilla de una vez.
No quiero que crezca.
La pisaré…
Faltan fuerzas para levantar el pie.


El odio no quiso perecer y acampó a las puertas de tu casa,
haciendo crujir el suelo con su peso informe
y se hizo fuerte.

Humo y oscuridad.
Cabezas, brazos y demasiada entrepierna.

Un hombre delgado,
casi inmóvil,
hizo estremecer incluso al silencio.


Rayas escuálidas, caprichosas cruzaron tu cara.
Hilos de plata se empeñaron en alcanzar tu cima
y te dieron ese aspecto tan cansado.




Qué importa ya,
qué puedo hacer,
sino ceñirme a esta farsa.


Interpreto el papel perfecto que me fue asignado en el reparto.
Actúo.
Como secundaria (o decimosexta) qué importa digo.


El premio estaba dado, a dedo, hace ya demasiado tiempo,
y yo sin saberlo.


Perra fatua, desabrochaste mi dicha, y mi risa,
desdibuja ya tu mueca y ese pose insulso
que atenta contra lo sublime y lo pinta de irreal.


No le cojas de la mano,
no le toques,
anda y suelta su mano.


Que tus garras solo saben de presas salvajes,
y ésta es demasiado fácil, dócil y preciosa para ti.




Déjala, que en su ignorancia muere, y se quiere ir.

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