Dejó de ser feliz a las cinco y cuarto. Justo en el momento en que se vio caminando sin rumbo.
Autómata.
Justo en el momento en que, por mucho que anduviera, eran las piernas de los demás la que avanzaban, no era su mundo el que giraba, era el de las otras personas, eran otros los que se reían, los que acababan rendidos de sólo hacer. Justo en el instante en que comprendió que las cuatro estaciones ya no eran de Vivaldi, eran sólo tiempos que pasaban despacio por los ojos de su madre.
Ella permanecía estática, como el polvo posado sobre un libro abandonado, como estatuas de mirada perdida que aguardan en el cementerio, como la línea infinita del horizonte en el mar, como la estrella que un día dejó de guiarla, como el agua estancada de un pozo.
Así.
Recordó momentos, en los que ella también sabía moverse, antes de perder esa facultad. Recordó haber disfrutado de mieles, de flores, de haber cometido errores, de bailar descalza, de llorar de risa, de dejarse rodar por los prados y acabar con la cabeza llena, tanto de ideas, como de flores. De subir montes a la vez que morales, de dormir y de soñar (aunque fuera despierta). De jugar a una baraja llena de oros y de pasar los días como si tal cosa. De dar patadas en el suelo y empezar a trepar la hiedra por sus piernas.
Recordó no haber amado lo suficiente al que más la había amado a ella, por aquello de no moverse, no vaya a ser que...
Recordó no tener mucho miedo ni demasiados enemigos, pero tener uno insertado bien adentro. Tenía otro al lado pero era invisible.
Se vio inútil, inservible, nada eficaz. Descubrió que todos sus esfuerzos sólo colaboraban al desencuentro y se sintió muy confundida, desplazada, desatendida y sola.
Nunca se había soltado de su sombra y ahora no sabía en qué maldita pared la había perdido.
Sin muchas pretensiones salió una mañana en su busca y tras cinco horas y cuarto la encontró quieta y cansada, camuflada en un muro de piedra, esperando volver a ser parte de ella y con la barriga llena de cymbalaria muralis.
Se cogieron de la mano y desaparecieron.
Precioso.
ResponderEliminarGuapísimo..
ResponderEliminarMuchas gracias amigas, un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta este microrelato Eva. Me gusta leerte por que me gustan tus historias y como te expresas...
ResponderEliminarEspero que escribas algunos mas, por que creo que se te dan bien, y me haces disfrutar mucho con ellos.
Un abrazo grande.
Muchas gracias!! alguno más saldrá, pero eso ya cuando la señora inspiración venga a verme... un abrazo de vuelta :-)
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