Tu silencio te ubica.
Mi vacío me delata.
Me entregué en espuma a la roca, con la frente sudando arena. Y quise morir un poco en cada grano. A las diez.
Diez veces esperándote. Diez veces aislada
y de las manos manaba
el viento
que me arrulla por dentro
cuando creo en el orgasmo. Diez orgasmos. Tú y tus manos lejos, perdidos, por principios , en la melena de otro aire, y hoy no te veo. Ya no veo.
Diez.
Y esa tu cara se deforma y hace amalgama con la de tantos, como tu voz incógnita, como tu aliento descosido,
desconocido.
Como mimo mutante de sonrisa pintada que tarde descubrió que aun bajando los párpados, los ojos siempre permanecerán abiertos.
Y el pánico no le deja dormir.