Cogí velocidad y quise estrellar mi
frente al cristal.
Sangré necia y presa de las pesadillas
para reventar los pensamientos lentos, pesados, malvados y color gris
oscuro que me envolvían, pero desperté apoyada en el mismo cristal
que era mi cárcel transparente, mi puerta al exterior, mi sol, mi
frío, mi nieve, mi lluvia. Ires y venires de personas horribles,
fumadores, gitanos, técnicos de mantenimiento y un gato.
Los árboles inmóviles quisieron
hablarme, advertirme.
¡Hablad joder!
¡Hablad joder!
Nada.
Días de silencio...pero hubo de venir
el viento y azotarlos por mí tan ferozmente que expresaron el
horror con el movimiento fantasmagórico de sus ramas.
Qué gris era el cielo, qué pequeña
yo, qué mojado estaba todo.
El olor a víscera estaba latente, todo
resultó ser una náusea perpetua en la que no quería vivir.
Todo
daba
asco.
Todo
daba
asco.
Muñeca de trapo con piernas y brazos
rotos a la que hubo que coser para que no saliera el serrín mohoso.
Muñeca rota de pasos torpes.
Muñecas con venas estropeadas, moradas.
Ortopedias para muñecas.
Agujas.
Llantos de bebés a diario.
Vida y muerte tropezando pidiéndose
mil perdones por estar ahí, juntas.
Falta de sueño, incertidumbre, dolor.
Llantos y risas simultáneos.
Locura.
Mis entrañas se enfadaron conmigo y yo
las quise desterrar para siempre.
Por fin luz, poca, pero fui capaz de
verla porque pude leer un libro.
Luego los olores eran a flor, la manada había vuelto. Me sentí bendecida.
Luego los olores eran a flor, la manada había vuelto. Me sentí bendecida.
El cristal se rompió y me fui de allí.