Soy yo la misma.
La que te habla de día.
La que te habla de noche.
La que te sirve un vino.
La que se lo toma contigo.
La que ríe.
La que llora.
La que canta, mal, pero canta.
La que baila poseída.
El diablo y el ángel.
La misma.
La que escribe.
La que no.
La que está a veces.
La que la mayoría no puede estar
porque está en otro lado.
La que está contenta, pese a quién pese.
La que está triste, péseme a mí sola.
La que se emborracha.
La que ve cómo te emborrachas.
La que habla.
La que calla.
La que comprende todo siempre.
Y casi nunca comprende nada.
Soy yo.
La misma.
No hay dos, no hay tres.
Una.
Conmigo libre.
Sola.
La madre, la trabajadora, la ama de casa, la loca.
La señora más chabacana.
La chabacana más seria.
Soy yo.
La misma.
La que tiene pilares por espaldas en las que el metal no tiene cabida ya.
No entra más.
Y no le hacen daño.
Ya no.
Ni las lenguas afiladas.
No pueden.
La misma.
La que se autosustenta.
La que saca fuerzas de la nada para dar el primer paso cada día.
La más fuerte.
La más pusilánime.
La que no teme a nada y le tiene miedo a todo.
La que te defenderá siempre.
A la que no defienden nunca.
La misma.
La que amará eternamente.
La que ama solo un segundo.
La misma.
La que dice lo que piensa, ni más ni menos.
La que espera que tú hagas lo mismo.
La misma.
La que se mira al espejo y te ve a ti.
Soy tú.
Soy yo.
Somos la misma persona.
No te hagas daño.
Ahora mírate tú en el espejo
y tal vez
me veas a mí.