Playa del Silencio (Asturias) |
No pude hacerlo.
No supe.
Quise ser aire, viento, huracán y me quedé en brisa...
fresca, escasa, pusilánime, al final triste y muy transparente.
Me creí un mundo.
Me cree una casa
sin techo, con dos telarañas de plata
que sujetaban mis brazos.
Yo bailaba la danza de los cuerpos partidos en cuatro cuartos,
intenté recomponer mi puzzle de mujer rota
a las cuatro,
en el cuarto donde todo es posible,
pero estaba sola y a oscuras
y entonces me dormí torpemente.
Soñé.
Pero no me hagáis mucho caso, no soy de fiar:
soy creyente.
Si.
Creo en el mar y soy de esas locas que le hablo y le lloro salmuera,
y le hago misas imposibles con la espuma de las olas
metida en mis pechos,
en mis brazos sangrando y en cruz,
entre mis piernas,
y me bebo su caldo.
Salado.
Creo en las rocas. Enormes gigantes amorfas, metamórficas o no,
tan suaves como abruptas,
las abrazo firmes, fuertes, perpetuas,
sólidas y elegantes,
y queriéndome fusionar o hacer una simbiosis perfecta,
les robo su incandescencia.
Caliente.
Creo en los árboles, majestuosos y arrugados, eternos en sabiduría,
con hojas o sin ellas,
eternamente en pie y meto mis manos en sus entrañas de savia
y les robo su alma,
sin pudor,
sin la más mínima vergüenza
y se me llenan las ramas de pájaros,
y clavo mis pies bien en la tierra por no volar más.
Esencia.
Creo en la lluvia, cuando me empapa cantarina y lava mis males
y mis pecados y le robo sus lágrimas,
su sudor y sus lástimas más mojadas
y me las bebo también.
Dulces.
Creo en los manantiales, ríos en pañales, de aguas saltarinas,
risueñas y juguetonas
con la belleza robada a un bosque o a una xana
que pasan cambiando las cosas de color para siempre,
agasajando de belleza a unas tierras secas,
apergaminadas y humeantes.
Divinidad.
No hagáis hombres ni mujeres.
No hagáis imágenes.
No hagáis semejantes.
No hay nada como la arcilla, moldeable, fresca, suave,
tan pura y primitiva.
Inocencia.