Ya no tengo miedo.
Se esfumó
como el aliento del verano.
Lo mejor de morirse fue hacerlo en tu abrazo.
Me sentí grande, fuerte, valiente y entera
porque tú me sujetabas.
Recuerdo quedarme dormida para siempre
y no importarme.
Recuerdo sonreir.
Estabas ahí.
Tan cerca como te sentía.
Tan lejos ...
como las ocho yemas de tus dedos
que al moverse articulaban algo más que palabras.
Articulaban bailes, sones, y un zozobrar
que me mecía como la misma marea,
la que te trajo a mí.
Recuerdo
como mis sienes cansadas se fundieron
con el brillo de un mar de plata,
y todo adquirió un rancio sentido
cuando atardeció para siempre.
Recuerdo tu voz,
dulce
y cantarina.
Recuerdo soñar.
Luego desperté y seguías ahí.
La luna no fue capaz de susurrarme al oído su sonata blanca.
Tú silbabas en mi espalda con la lasciva inocencia
de un alma con mucha sed.
Nos fumamos un cigarro.
Fin
Hermosísimo Eva.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Armando por pasarte por aquí y por el comentario, viniendo de ti, es todo un halago :-) Mil abrazos.
ResponderEliminar